229) LEY DE LA ATRACCION - Ayudar y ser ayudado (Parte 1)

Nota del autor: Este artículo debido a su extensión fue dividido en seis partes, a ser publicados uno semanalmente. A continuación la Parte 1:

 

Al terminar la primaria, ingreso al secundario con la edad de 12 años. Yo cumplía los años dos días antes del límite para ingresar al año escolar que me correspondía, lo que implicó que en todo mi período de estudiante, siempre era entre mis compañeros el más chico en edad.

 

Y a esa edad, la diferencia entre el más chico y el más grande, en la altura se notaba. Es decir, la mitad del curso casi me llevaba un año y la otra mitad, casi seis meses de diferencia.

 

Yo ingresé al secundario a una escuela técnica que tenía doble turno. A la mañana me había tocado taller y por la tarde las clases teóricas.

 

Si bien otros tres compañeros de mi primaria, habían elegido la misma escuela para seguir sus estudios, todos habíamos sido colocados en cursos distintos; por lo cual ahora, todos mis compañeros eran nuevos.

 

Así fue que durante una de las primeras semanas, estaba charlando con uno de mis compañeros en el descanso de una escalera (durante el recreo de taller) y vemos bajar las escaleras a dos chicos compañeros de otro curso, con una particularidad; el más grande le venía pegando cachetadas en la cabeza al más chico.

 

Nota al margen: Esto último se lo conoce hoy día como bullying, y es cuando un cobarde, cagón e hijo de puta, molesta verbal o físicamente, a otro de menor tamaño o fuerza que él (la causa no importa, siempre buscan al más débil porque no tienen huevos para hacerlo con alguien de su tamaño).

 

La razón es que esa mañana yo estaba junto a mi compañero que era flaco y alto, pero desde mi estatura parecía un gigante (con el correr de los años alcancé a la mayoría de mis compañeros en la estatura, pero al principio como era el más chico en edad, también lo era en estatura).

 

La cuestión es que, cuando vi a ese cobarde pegarle a su compañero, en ese momento (lo recuerdo como si fuera hoy) sentí un deseo irrefrenable que me salió del corazón.

 

Ese deseo era de convertirme en ese instante en un gigante como mi compañero, no para pensar que nadie en el futuro me pudiera hacer lo mismo, sino para salir en defensa de ese pobre pibe que estaba siendo humillado.

 

Sentí una indignación terrible viendo lo que había sucedido, quedándome con las ganas de no haber podido ayudar a ese estudiante.

 

En la primaria nunca nadie me había molestado, pero en el secundario sería diferente. A los pocos días de ese hecho que les narré, otro compañero que me llevaba media cabeza de diferencia, me empezó a molestar en taller; entonces lo reté a pelear a la salida del colegio (nunca antes en mi vida me había peleado).

 

Así fue que esa mañana, en la esquina de 14 de Julio y Alberti, a la derecha de una columna que hay del colegio, nos encontramos con mi compañero de curso. Y la lucha comenzó, él primero me tiró una trompada con un cross de derecha, pero yo me agaché y la trompada desapareció en el aire.

 

Luego me erguí y ya estando mi adversario con la guardia desarmada, le coloqué un cross de izquierda (soy zurdo), que pegó de lleno en su pómulo derecho, e inmediatamente le apliqué un cross de derecha, con tanta suerte que le pegué de pleno en su oído izquierdo.

 

Al pegarle en el oído, sin darme cuenta y mucho menos que haya sido mi intención, una cantidad de aire le ingresó de golpe sobre dicho oído, lo que le produjo un dolor insoportable sobre el tímpano, haciendo que éste cayera al suelo tomándose la cabeza y llorando (literalmente) de dolor. Dos trompadas y la pelea había terminado.

 

Cuando vi caer a ese hijo de puta que había querido humillarme, inmediatamente me miré la mano y me dije ¿Qué tengo?

 

No habían pasado muchos días, de ese momento en que había “deseado ser un gigante”, que al ver derribado a mi compañero sobre el piso, sentí que Dios había cumplido mi deseo, porque aun cuando esa mañana yo seguía teniendo la misma altura que dos semanas atrás, en esa esquina yo sentí como que había crecido diez centímetros.

 

En ese instante no me di cuenta, pero ahora a la distancia, sé que Dios me ayudó colocándome para mi primer pelea, a alguien que me llevaba sólo media cabeza; luego todos los otros que seguirían, me superarían en altura por una cabeza entera; pero ya sería tarde, “el monstruo había nacido”.

 

Si bien nunca antes me había peleado, no era suficiente mi indignación hacía quienes no respetaban los derechos de los demás; mi autoestima era alta también, porque como me gustaba el boxeo, durante el último año de la primaria, cuando uno de mis amigos venía a mi casa a jugar, le decía cuando estaba ya por irse, de ir al patio así jugábamos a boxear.

 

Ahí nos poníamos en guardia y nos tirábamos golpes, pero con la condición de no golpear ni la cara, ni el estómago; sólo nos pegábamos en los hombros, para así no lastimarnos. No eran muchos minutos porque terminábamos agotados, pero ello sin saberlo, me estaba preparando para el secundario.

 

Esa fue la primer pelea que tuve, pero semanas después otro compañero más grande que yo, me molestó en el taller de construcción.

 

Nota al margen: Este taller estaba compuesto de dos niveles (PB y 1º piso).

 

En ese momento yo  estaba en la PB y no había ninguno de los dos profesores que teníamos, ellos estaban en el primer piso. Y junto conmigo, había otros cuatro compañeros.

 

Así es que este otro idiota cuando me empezó a molestar, yo ya me estaba preparando para darle una trompada, cuando de atrás, sin que me diera cuenta, se adelanta otro de mis compañeros (con el tiempo se convertiría en uno de mis mejores amigos); él era grandote, serio, de pocas palabras, pero derecho; tenía la fuerza de un oso, pero no molestaba a nadie.

 

Cuando lo veo aparecer, con su mano derecha toma del cuello de la camisa al que me estaba molestando, y casi como queriendo levantarlo en el aire, le dice (refiriéndose a mí y como él solía hacerlo con otros amigablemente):

 

¡Deja “al pibe” tranquilo, o te reviento!

 

En ese momento yo no lo supe, pero se había producido lo que en el Kybalion se denominan uno de los siete principios de la verdad; en este caso el 2º principio (ver el artículo titulado “Nº 12 - Una historia real”):

 

2º) El principio de correspondencia: “Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba.”

 

O lo que normalmente se empezó a nombrar en este siglo, como Ley de la Atracción. Ayuda a alguien y el Universo cuando lo necesites, te mandará a alguien a ayudarte. En la Biblia se dice que cosecharás lo que siembres.

 

Yo unas semanas atrás, había deseado ayudar a alguien de corazón, que estaba siendo agredido físicamente; y ahora cuando ello me estaba sucediendo a mí, aun cuando yo solo podía defenderme, Dios me mandó de todas formas su ayuda.

 

Entonces viendo a la distancia; por desear ayudar a otro, Dios me lo recompensó de tres maneras:

 

1º) Me preparó con anticipación haciéndome jugar al boxeo, para ejercitarme y estar listo para cuando fuere necesario.

2º) Para mi primer pelea, me mandó a un grandote, pero boludón, para que lo liquidara fácilmente y aumentara mi autoestima, para que a partir de ahí me sintiera invencible, para enfrentar a cualquier pelotudo que se atreviera a molestarme.

3º) Sin que yo lo pidiese, en lo que iba a ser mi segunda pelea, me mandó la ayuda de quien sería en el futuro uno de mis amigos.

 

Es lo que yo denomino, Dar para Recibir.

 

Nota del autor: Este artículo por su extensión continuará la próxima semana.............

 

Apocalipsis, 1,3:

 

3- Feliz el que lea estas palabras proféticas y felices quienes las escuchen y hagan caso de este mensaje, porque el tiempo está cerca.

 

A partir de ahora y de aquí en adelante la verdad de la “Palabra” empieza a develarse, el que quiera entender que entienda.

 

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Desde “la playa de las arenas argentadas”, hacia todo el mundo, Walter Daniel Genga.