231) LEY DE LA ATRACCION - Ayudar y ser ayudado (Parte 3)

Nota del autor: Este artículo debido a su extensión fue dividido en seis partes, a ser publicados uno semanalmente. A continuación la Parte 3:

 

Atrás quedaron las piñas del secundario y ahora en la Universidad vendrían los golpes de la vida.

 

Año 1990, la hiperinflación golpea nuevamente a la Argentina. Como a la mayoría, esto afecta a los ingresos de mi familia, y comenzamos a realizar recortes (yo no trabajaba, salvo durante las temporadas veraniegas, porque estaba estudiando en la facultad).

 

Yo mismo les propongo a mis padres que nos den de baja a mis hermanos y a mí, en la obra social médica que se estaba pagando, para así reducir gastos; y si fuera necesario iríamos al hospital público.

 

Nota del autor: A causa de los cálculos (piedras) que se me formaban en los riñones (cólicos renales), en esa época una vez al año iba a la clínica para que me pusieran suero con analgésicos (para evitar sentir los dolores intensos que esto me provocaba), hasta tanto el cuerpo expulsara esas piedras.

 

Así fue que durante ese año ya sin la obra social, sufrí otro cólico renal y debí dirigirme en Mar del Plata, al Hospital Interzonal.

 

Nota al margen: Mientras estuve sin obra social, tuve que ir a internarme por horas (siempre a causa de los cólicos) durante dos ocasiones. Y de todas las veces que estuve internado, ahí me atendieron mejor que en las mismas clínicas privadas; ya que la calidad y atención de los médicos y enfermeras/os de este hospital, fue superlativo. No puedo decir lo mismo de la infraestructura, que tanto en esa época como en toda su historia, siempre fue igual, falta de mantenimiento y escases de insumos básicos; causa esto último no de su personal, sino de los sucesivos políticos de mierda que nos fueron gobernando.

 

Esa primera vez que fui al hospital, porque había sufrido un cólico renal, había ido con unos dolores terribles; nunca antes habían sido tan fuertes y persistentes.

 

Yo tenía 24 años, llegué cómodo en el auto de mis padres, lo estacioné a la entrada e ingresé a la sala de emergencias. Los que entraban con alguna herida grave, los atendían por otra sección, el resto sin estar en esa situación, pero si doloridos, esperaban en la antesala de un consultorio, donde el médico de turno, previo diagnóstico, los derivaba después a una sala común, donde a cada paciente sobre una camilla, uno al lado del otro, les colocaban el medicamento correspondiente.

 

Como todo hospital gratuito había mucha gente, y aun en la zona de emergencias, había que hacer cola para ser atendidos. Delante de mí había cinco personas, todas doloridas.

 

Cada vez que me dio un cólico renal, fue doloroso (las mujeres dicen que es lo que más asemeja a los dolores de un parto). Y ese día en particular, fue la ocasión de dolor más intenso que jamás había tenido; tanto es así, que el resto de los pacientes estaban parados esperando, mientras que yo (sin importarme si el suelo estaba sucio o no), me había tirado al piso porque no soportaba el dolor, literalmente lloraba del sufrimiento que esto me estaba produciendo.

 

Cuando el médico sale del consultorio a buscar al siguiente paciente y pregunta quién seguía; las cinco personas que estaban delante de mí, todas al mismo tiempo le dijeron al médico que me atendiera primero a mí.

 

Luego que el médico me ve, me deriva a esa sala común, que era una especie de hexágono, con ventanas en su perímetro.

 

Estas ventanas, estaban por cada tramo de 80 cm, divididas en un paño superior fijo y un paño inferior que se abría hacia afuera; teniendo las bisagras puestas horizontalmente, de tal forma que al abrirla, uno la empujaba hacia afuera, levantándose hacia el exterior, permitiendo la entrada de aire, al mismo tiempo que en los días de lluvia no dejase entrar el agua.

 

Y este tipo de ventanas constan de un brazo metálico con dos orificios, que permite trabar la ventana sobre el marco en dos posiciones (para abrirla 10 ó 20 cm), o dejándola directamente cerrada.

 

Sin embargo una de esas ventanas, tenía dicha traba rota; lo que hacía que por más que el enfermero la trajese hacia el marco, el viento la movía y la separaba del marco, quedando entre 5 y 10 cm abierta según se produjeran las ráfagas de viento.

 

No hace falta decirles, que cuando fui era invierno; además de no contar esa sala con calefacción.

 

Yo estaba a dos metros de esa ventana, sobre una camilla con el suero colocado. La primer media hora no me molestó; pero luego al enfriarse mi cuerpo por estar en reposo y más relajado (porque el analgésico que pusieron dentro del suero ya había hecho efecto), es que empecé a sentir frío.

 

En esa sala éramos como diez pacientes, calculo que yo era el único individuo de clase media, todas los demás se notaba que eran personas humildes.

 

Así es que cuando siento frío, le pido al enfermero (como tenían el resto de los pacientes), una frazada para abrigarme; pero éste me dice que no quedaban más frazadas (recuerden lo que dije de la falta de insumos).

 

En otras palabras, me iba a “cagar de frío”; sin embargo a un metro de mí, en otra camilla, había un hombre de no más de 50 años también humilde, que había escuchado la conversación y le dijo al enfermero que me alcanzara la frazada que tenía él.

 

¿Se dieron cuenta?. En menos de una hora, gente humilde, que lo único que tenían para dar era su propia salud y lo hicieron dos veces, sí se los vuelvo a reafirmar, “dos veces”; cedieron su turno, debiendo sentir dolores por diez minutos más, para que yo no sufriera; mientras que este otro hombre me dio su frazada, perdiendo calor para ayudarme a mí, aun cuando yo no se lo pedí.

 

Cuando tuve la frazada me tapé el cuerpo y parte de la cabeza, no sólo para protegerme bien del frío, sino para que nadie se diera cuenta, que durante las tres horas que estuve con el suero en esa camilla, estuve llorando; pero no lloraba por mí, porque yo sabía que estaba ahí circunstancialmente; lloraba por toda esa gente humilde, que en su gran mayoría iban a seguir toda su vida así.

 

Lloraba porque me sentía mal, por no poder ayudar a esas personas, como los millones de pobres que tiene la Argentina; personas que no tienen dinero, que sufren por todo tipo de necesidades; sin embargo ayudan a otros, sin importarles si ellos mismos se perjudican (me refiero a los humildes, no a los vagos que no quieren trabajar).

 

Al otro día de haber estado internado, fui a comprar una de esas trabas que se colocan en ese tipo de ventanas que tenía el hospital y fui nuevamente con la intención de colocarla, en reemplazo de la rota.

 

Pero cuando llegué (la bendita burocracia), no me lo permitieron; primero tuve que pedir una audiencia con el Director del Hospital.

 

Así fue que a los tres días pude hablar con el Director y ahora sí con la autorización correspondiente fui a la sala de emergencias, con las dos herramientas de carpintero necesarias (una lezna y un destornillador; más un pedazo de jabón, para que los tornillos entren más fácil) y coloqué esa traba, para que esa ventana se pudiese cerrar correctamente.

 

Mientras yo estuve esas tres horas llorando en esa sala de emergencias, le preguntaba a Dios ¿Por qué, por qué me pusiste acá para ver a esta gente sufrir?

 

Recuerden que yo no sentí en ningún momento, el estar ahí como un castigo, comprendí que estaba en ese lugar, como un testigo en primera fila, del sufrimiento de un pueblo olvidado por sus políticos corruptos.

 

En ese momento, independientemente de “esa traba de ventana” que es secundario; yo le preguntaba a Dios ¿Para qué me colocas acá, si yo no puedo ayudar a esta gente?

 

Pero ahora a la distancia, empiezo a comprender por las profecías, que esa ayuda está cerca……….

 

Nota del autor: Este artículo por su extensión continuará la próxima semana.............

 

Apocalipsis, 1,3:

 

3- Feliz el que lea estas palabras proféticas y felices quienes las escuchen y hagan caso de este mensaje, porque el tiempo está cerca.

 

A partir de ahora y de aquí en adelante la verdad de la “Palabra” empieza a develarse, el que quiera entender que entienda.

 

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Desde “la playa de las arenas argentadas”, hacia todo el mundo, Walter Daniel Genga.

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