232) LEY DE LA ATRACCION - Ayudar y ser ayudado (Parte 4)

Nota del autor: Este artículo debido a su extensión fue dividido en seis partes, a ser publicados uno semanalmente. A continuación la Parte 4:

 

Hasta ahora les fui contando anécdotas de varías décadas atrás; pero ahora les narraré lo que me ocurrió hace dos veranos pasados, respecto a esto de dar y recibir ayuda.

 

Como todas las mañanas, me subí a mi auto para ir a la oficina a trabajar y antes de arrancar, veo en frente a mi nuevo vecino.

 

Nota al margen: Este vecino se había mudado a la nueva casa que había comprado, hacía aproximadamente seis meses (hasta ese día yo no había cruzado todavía, ninguna palabra con él). Y por el movimiento que se fue dando en esos meses, vi que estuvo reciclando su vivienda; y a esas alturas, los albañiles habían hecho una trotadora nueva (colocando el contrapiso) para la entrada del auto; sólo les faltaba poner los baldosones de 50 x 50 cm.

 

Así fue que cuando esa mañana salí, vi que el camión del corralón de materiales le había descargado esos baldosones pesados; que serían fácil, más de sesenta. Con una particularidad, ese día estaba lloviendo.

 

Nota al margen: Cuando llueve y los albañiles sólo tienen que trabajar afuera, obviamente faltan al trabajo.

 

Por lo tanto a causa de esa mañana lluviosa, los albañiles que deberían haber estado para entrar los baldosones y luego colocarlos, no estuvieron. Ante esto, ese vecino se vio obligado debajo de la lluvia, a entrar baldosa por baldosa; porque si no lo hacía, al otro día para cuando volvieran los albañiles, seguramente a los baldosones se los hubieran afanado durante la noche.

 

Cuando vi esto, por un momento tuve la intención de entrar a mi casa, ponerme ropa de trabajo y ayudar a este hombre a entrar bajo la lluvia, a esas benditas baldosas; sin embargo miré el reloj y ya estaba llegando tarde a mi oficina. Por lo tanto no me quedó otra cosa que morderme los labios y arrancar, pero me quedé con ese deseo de haber podido ayudarlo.

 

A la semana siguiente no van a creer lo que me sucedió. En la vereda de mi casa, tenía un árbol chico (de 18 cm de diámetro) que se había secado, y uno de los temporales lo había quebrado; quedando un pedazo de tronco que sobresalía setenta cm del suelo.

 

Siempre estaba con la idea de terminar de sacar ese pedazo de tronco, hasta que ese domingo me decidí. Me levanté a las 9 hs. y salí a cavar alrededor del tronco como unos 20 cm, encontrando como tres raíces, las que corté; sin embargo, el tronco seguía sin moverse.

 

Ante esto, yo me decía, ¡seguramente deben de haber otras raíces más profundas, que mantienen firme a lo que queda del árbol!; pero la tierra estaba muy dura como para seguir cavando; así que busqué el balde y le tiré al hueco que había quedado agua, como unas cinco veces. Después de esto me retiré a ducharme y nos fuimos con mi familia a la playa; cuando volviera por la tarde, aprovechando que el agua habría hecho efecto sobre la tierra, seguiría cavando más profundo.

 

Pero antes de que continuara esa secuencia de hechos planeados por mí, sucedió cuando estaba por echar los baldes de agua, una circunstancia agradable.

 

Ese vecino al que nunca le había hablado y que la semana pasada, sin que él nunca lo supiera, yo había deseado poder ayudarlo; en ese instante, vi como éste cruzaba la calle para ofrecerme su ayuda, para que con un caño de gas grueso que él había sacado de su casa, poder hacer entre los dos palanca, para mover ese tronco que yo estaba tratando de sacar sin resultado hasta ese momento.

 

Cuando vi que me vino a ofrecer ayuda, interiormente me reía, porque sabía que Dios me estaba devolviendo el favor.

 

Este vecino nunca supo que lo quise ayudar y no creo que nunca lo sepa, a menos que lea este artículo (hasta ahora ni siquiera sabe cómo me llamo).

 

Sin embargo por medio de esa “mente colectiva”, mi espíritu le debe de haber comunicado a su espíritu, mi intención y de alguna forma, el mismo (su espíritu) lo debe de haber incentivado, a volcar su ayuda a lo que yo estaba haciendo esa mañana.

 

Así fue que le agradecí su colaboración y explicándole lo que iba a hacer con el agua; quedamos que si hacía falta, por la tarde cuando volviera lo llamaría, para hacer ya con la tierra blanda y el pozo más profundo, esa palanca que él había pensado.

 

Pero esto último no hizo falta (llamar al vecino), ya que al sacar otros diez cm de tierra, aparecieron otras tres raíces, que al cortarlas, el tronco se despegó por completo de la tierra, pudiendo sacarlo ahora sí muy fácilmente.

 

Otra vez lo reitero, aquí volvió a sucederme: Dar para recibir.

 

Terminada esta historia, ahora les comentaré otra: No recuerdo bien, pero creo que fue el mismo verano (es decir, hace dos años); me pasó en este caso algo nada agradable, con una singularidad destacable; hacía más de treinta años que lo que les comenzaré a contar no me sucedía y esa tarde en particular, con una diferencia de 20 minutos, “casi me pasa dos veces”.

 

Recuerden que yo me había agarrado a piñas, solamente en mi época de estudiante, sólo cuatro veces; pero peleas callejeras no había tenido nunca, hasta ese verano que les comento.

 

Esta historia se desarrolla así: Con mi familia veníamos de la playa, e iba a cargar nafta a una estación de servicio, aprovechando que los domingos hacían un descuento especial con la tarjeta de crédito.

 

Pero en una bocacalle ocurrió; por mi derecha venía una moto, con derecho de paso por supuesto; yo venía a velocidad reglamentaria y al verlo frené en la bocacalle, incluso antes de que la moto entrara en mi línea de trayectoria, o sea cumplí con todas las reglamentaciones de tránsito como corresponde; sin embargo al pasar, este motociclista me puteó.

 

Como no podía ser de otra manera (no soporto a los que se quieren llevar el mundo por delante sin respetar los derechos de los demás), mientras me ponía nuevamente en movimiento, giré la cabeza hacia mi izquierda y le devolví la puteada, al mismo tiempo que continué circulando por la calle que venía; sin embargo a la media cuadra se me da por ver por el espejo retrovisor y veo que este motociclista, había retomado por contramano por la artería que iba y se había puesto a seguirme con intenciones de atacarme de alguna manera.

 

Seguramente al ver que en el auto iba una familia y yo con cara de boludo, habrá dicho, ¡éste es pan comido!. Pero se equivocó, me subestimó.

 

Cuando veo que estaba por alcanzarme por mi izquierda, pego un volantazo hacia mi derecha y clavo los frenos casi contra el cordón, al mismo tiempo que, mientras el frenaba cinco metros adelante, yo bajé corriendo del auto hacia donde él estaba por bajar de la moto.

 

Lo hice tan rápido que no le di tiempo a reaccionar; ya estaba al lado de él, con mi puño cerrado listo para bajarlo de una piña, si era necesario.

 

Nota al margen: Jamás pego primero, siempre trato de dejarlo como última opción, tratando de si llegué a esa instancia (el enfrentamiento cara a cara), de resolver la cuestión hablando, a menos que prevea que me atacarán; entonces sólo así, golpeo antes que el otro.

 

Es decir, cuando vi que yo era la presa y él el cazador, apliqué la técnica defensiva más vieja del mundo:

 

“No hay mejor defensa, que un buen ataque”

 

Cuando salí corriendo hasta donde se había parado la moto, en un segundo la situación se había dado vuelta; el pasó a ser la presa y yo el cazador.

 

Apenas había podido apoyar su pie derecho sobre el asfalto, sin sacar todavía ninguna mano del manubrio. Donde yo hubiera visto que él hubiese pretendido desmontarse de la moto, lo hubiese noqueado sin ningún tipo de defensa; ya que hasta que no sacase la pierna del otro pedal, por más que hubiese tirado la moto al piso, se hubiera caído con ella; por lo cual al tener las dos manos sosteniendo la moto, era un objetivo totalmente fácil de dejar fuera de combate.

 

Pero como dije, mientras él no siguiera con intención de bajarse de la moto y yo pudiera seguir resolviendo la situación hablando, no iba a utilizar la fuerza bruta.

 

Así fue que yo parado frente a él, que estaba sentado sobre la moto, recibía de su parte gritos, que yo le respondía de la misma manera; pero que al mismo tiempo le iba bajando los decibeles a dichas vociferaciones, obligándolo inconscientemente a que éste hiciera lo mismo.

 

Fueron pasando los minutos y fue confesando, que venía en la moto enojado por un tema que no vale la pena comentar; la cuestión es que yo fui la excusa ideal para que desahogara su bronca.

 

Él me acusaba de que yo había hecho una infracción, pero como ya dije, iba a velocidad permitida y frené donde correspondía; mientras que yo le hacía notar que él era el que violó tres reglas de tránsito:

 

1º- Iba sin casco (en Argentina no se puede manejar una moto sin el casco puesto).

2º- Él ya había circulado sobre la arteria más de quince metros, que pegó la vuelta manejando en “contramano”, para retomar sobre la calle por la que iba yo transitando.

3º- Se puso a perseguirme con intenciones de atacarme (previo a que me insultó sin merecerlo).

 

En definitiva terminó por irse, él por su camino y yo por el mío, sin necesidad de tener que dar ningún golpe.

 

Vencer a alguien a las piñas es satisfactorio, más cuando uno tiene la razón; pero derrotar a alguien sólo empleando las palabras, no tiene comparación alguna; ya que alguien puede ganar usando la fuerza bruta, porque tiene mayor fuerza o porque sabe pelear, pero superar a una persona (manejando su mente) usando la psicología, sólo se puede hacer con el peso de la verdad y la razón.

 

Nota al margen: Lo último es lo que por lo menos pensé yo luego de que pasó dicha situación; sin embargo una variable que estuvo presente y que fue la de mayor importancia (que al principio yo ignoraba), es que mientras estaba afuera defendiendo mis derechos y mi integridad, mi esposa en el auto, había invocado al Arcángel San Miguel (recuerden lo que sucedió con una invocación semejante, en el  artículo titulado “Nº 157 - La Cruz de la habitación 512”). Por lo tanto debo reconocer, que al principio había bajado a pelear yo solo, pero después hice (con la ayuda de mi esposa) trampa, ya que pasamos a ser dos contra uno, San Miguel y yo, contra el motociclista.

 

Así fue, que de ahí me dirigí como tenía planeado a cargar nafta, ignorando que allá me estaba esperando otra pelea callejera de mayor envergadura, tal que la anterior habría sido en caso de concretarse apenas una pelea preliminar; mientras que por delante aguardaba para mí, “la pelea del siglo”……

 

Nota del autor: Este artículo por su extensión continuará la próxima semana.............

 

Apocalipsis, 1,3:

 

3- Feliz el que lea estas palabras proféticas y felices quienes las escuchen y hagan caso de este mensaje, porque el tiempo está cerca.

 

A partir de ahora y de aquí en adelante la verdad de la “Palabra” empieza a develarse, el que quiera entender que entienda.

 

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Desde “la playa de las arenas argentadas”, hacia todo el mundo, Walter Daniel Genga.

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