234) LEY DE LA ATRACCION - Ayudar y ser ayudado (Parte 6)

Nota del autor: Este artículo debido a su extensión fue dividido en seis partes, a ser publicados uno semanalmente. A continuación la Parte 6:

 

Recordarán que esta última historia comenzó, al cruzarme con el motociclista que me puteó. Ahora bien, la primer pregunta es:

 

1º) ¿Por qué me crucé con ese boludo?

 

La respuesta todos la saben: yo debo de haber tenido en las horas anteriores algún tipo de pensamiento negativo, que atrajo  hacia mí esa situación “negativa”.

 

Ahora bien, yo en ese momento tenía el libre albedrio de ignorar dicha puteada y seguir mi camino, con lo cual el hecho hubiese quedado sólo en eso, una puteada hacia mí al pasar; pero no, yo no soporto las injusticias y al devolver la puteada, esa situación negativa ahora se incrementó nuevamente y tal vez no necesariamente por mi insulto, sino por el pensamiento negativo que propició ese agravio que ahora yo pronunciaba.

 

Es decir, hasta ese momento la escalada de agresión subía de un momento a otro, pero esa sucesión de pensamientos negativos que yo tuve (y que coincidían también con los pensamientos negativos que venía acumulando ese mismo motociclista, según lo relaté en el anterior artículo), seguramente influenciaron para que esa escalada sucediera.

 

2º) Esa casi pelea que tuve, ¿fue la causante de que se me presentará veinte minutos después, la otra posibilidad de pelea en la estación de servicio?

 

3º) Con esto quiero decir que si yo no hubiese contestado la puteada, ¿esa situación de la estación hubiese ocurrido; o si hubiera tenido que ocurrir de todas formas, hubiese acontecido antes o después de que yo hubiese pasado por la estación de servicio?

 

Yo creo que “la coincidencia”, de que tuve casi dos enfrentamientos en el mismo día, me estaba diciendo que esas dos situaciones estaban íntimamente relacionadas. Por lo cual estoy seguro que si no hubiese ocurrido la primera, la segunda tampoco hubiese sucedido.

 

4º) Sabiendo entonces por deducción, que la segunda pelea es consecuencia de la primera; el que haya concluido con la orden de Dios de no pelear, me está diciendo también que:

 

Si no hubiese contestado la puteada al motociclista, esta segunda posibilidad de pelea estoy totalmente seguro que no se me hubiese cruzado; pero por otro lado, ante el hecho iniciado de la confrontación con el motociclista, el que haya resuelto dicha situación, hablando con energía pero pacíficamente (y por otro lado obviamente, sin hacer que crezcan nuevos pensamientos negativos, acompañados de sentimientos del mismo calibre), ha sido determinante para que en la estación esa casi confrontación no sucediera tampoco.

 

Concluyendo, al resolver la primer pelea usando las palabras, la segunda pelea se presentó para que yo tuviera la posibilidad de brindar mi “deseo de ayuda” hacia esa persona que lo estaba necesitando.

 

Y por lo tanto, esa doble conjunción de resolver la anterior confrontación pacíficamente, junto con el de poner la ayuda hacia ese prójimo, por encima de mi propia seguridad, desencadenó en la intervención directa de Dios, dejándome ese mensaje y enseñanza, por medio de la aparición de la coincidencia de “el brazo de Dios”

 

Nota al margen: Los argentinos hacemos goles en los mundiales, con la mano de Dios y ahora también cambiamos nuestro destino, por el brazo de Dios.

 

Con lo cual puedo concluir, que si esa primer pelea hubiese acontecido (recuerden, descendí del auto con el puño cerrado), ya que tuve la oportunidad y la razón defensiva de haber bajado de una trompada, a quien venía persiguiéndome amenazadoramente;  seguramente la segunda pelea hubiese ocurrido y con un desenlace que hubiera acrecentado esa acumulación de karma negativo, que venía arrastrando durante esa tarde.

 

Sin embargo esa primer pelea no sucedió y la segunda tampoco. Metafísicamente hablando, los hechos fueron ocurriendo por una sucesión de pensamientos:

 

Pensamientos negativos – Atraje la puteada del motociclista

Pensamientos negativos – Devolví la puteada al motociclista

Pensamientos positivos – Resolví la confrontación sin pelear

 

Como consecuencia de ese cambio o secuencia de pensamientos negativos, por lo positivos; esa segunda pelea que ya estaba decretada desde el momento en que yo contesté la primer puteada, terminó positivamente, por mi deseo de ayudar al prójimo.

 

Si yo hubiese cagado a trompadas a mi primer adversario (tuve la oportunidad y no lo hice, como dije más arriba), yo hubiera ganado esa pela física, pero mi Ego me hubiese vencido.

 

Por lo tanto viéndolo a la distancia, esa primer pelea ocurrió, pero fue contra Satanás, a quién vencí al resolver la situación de la mejor manera posible, sin interesarme en alimentar a mi Ego. Y esto último trajo aparejado la recompensa de Dios, cuando pretendí ayudar a ese hombre en la estación, dejándome esa enseñanza a la vez de decirme:

 

“Yo estoy siempre a tu lado para ayudarte, cuando vos ayudes a los demás”.

 

Durante la primera confrontación, lo cagué a trompadas a Satanás y en la estación de servicio, fue directamente Dios el que le dio una patada en el culo a Satán.

 

Hasta ahora les relaté distintas historias que me fueron ocurriendo durante mi vida (algunos ya teniendo conocimiento de esta Ley de Dios, y otras antes de que estas enseñanzas llegaran a mí).

 

Y así fue que al tener presentes a todas estas historias al mismo tiempo, me di cuenta de una coincidencia o denominador común en todas ellas; que al recordar incluso otras situaciones, la misma se me volvía a repetir. Antes de realizar un resumen de esas historias, les comento dos más de ellas que recordé:

 

La primera que les traigo a colación fue cuando estaba en el secundario, no me acuerdo la edad exacta, pero calculo para dar simplemente un contexto temporal, que habré tenido 15 años.

 

Yo estaba con mis compañeros de curso, en lo que se denominaba “la canchita de los bomberos”, jugando al fútbol contra otro equipo, formado por un curso del mismo colegio al que yo iba.

 

Y en medio del partido se produjo la siguiente situación; en un contraataque por la banda derecha, nuestro delantero es derribado de un patadón y al levantarse le reprocha al defensor (quien era mucho más grande que mi compañero), que palabras por medio, el jugador del equipo contrario empieza a pelear y a pegarle por lo tanto, a mi compañero.

 

Como había sido un contraataque, casi todos los jugadores estaban del lado de mi campo de juego, mientras que del otro lado (además de su arquero) sólo estaban estos dos jugadores que se estaban peleando y a veinte metros de ellos recién estaba yo.

 

Si bien yo no tengo problemas en pelear para defenderme y hacer valer mis derechos, en esa época por lo menos, no se me daba por ir a pelear por otro. Así fue que cuando vi que mi compañero era golpeado, por unos segundos me quedé como congelado, mirando lo que sucedía.

 

Hasta que me desperté y cuando había tomado la decisión de salir corriendo, para agarrarme a trompadas con ese grandote y defender así a mi compañero; justo en ese instante se produce nuevamente una “coincidencia”.

 

En el preciso momento en que iba a entrar en carrera, desde atrás y por mi izquierda me pasa corriendo unos de mis compañeros, el que era uno de los grandotes y peleadores.

 

Cuando lo vi me dije, va a ir y lo va a agarrar a trompadas al defensor que le estaba pegando a mi compañero. Sin embargo eso no ocurrió; cuando llegó ante los dos, los separó a ambos, sin tener ni querer golpear al defensor.

 

Es decir, cuando yo había conformado mi deseo de salir en ayuda de mi compañero, no pude cumplir con el mismo.

 

Y la otra historia fue durante el tiempo de la facultad; tampoco recuerdo la edad, pero pongamos para definir un tiempo, que tenía 26 años.

 

Yo estaba esa tarde soleada sentado en el porch de mi casa, cuando veo que casi frente a mí, se detienen dos autos cuyos conductores comienzan a insultarse a causa de una mala maniobra (un auto era particular y el otro un taxista).

 

Los que comienzan a insultar son los que no tenían la razón y que eran dos jóvenes de no más de 25 años, mientras que el taxista era un viejo de más de 60 años.

 

Esos pendejos de mierda, haciéndose los cancheros y cobardes, pretendían de un momento al otro, pegarle al pobre viejo; demostrando una cobardía doble; no sólo que eran dos contra uno, sino porque encima el otro era un viejo.

 

Cuando yo me percaté que ya le iban a pegar al pobre viejo, me levanté y en el preciso momento en que iba a salir corriendo hacia ellos, para que la pelea fuera pareja; de repente sin mediar palabra, los dos boludos se subieron al auto y se fueron.

 

Otra vez ocurrió lo mismo, cuando había construido mi deseo de salir en ayuda del taxista, no pude concretar mi ayuda.

 

Nota del autor: Independientemente de esta historia en particular; en mi casa de soltero se producen unas series de coincidencias destacables:

 

Primero: A esa casa (construida por las manos de mi propio papá), me llevan a vivir mis padres a la edad de “2 años”.

 

Segundo: Esta casa estaba edificada frente a una calle, que se llama “Santa Cruz”.

 

Tercero: En esa propiedad vivo toda mi vida de soltero, hasta la edad de casi 33 años y medio;  que es cuando antes de casarme, realizo la confirmación cristiana y recibo en ese momento el mensaje de Dios, donde Él me trasmitió que mi misión era la de ser un Apóstol (Ver el artículo titulado “Nº 200 - La Profecía y el tercer atentado - Parte 1”)

 

Como ven, aquí se producen coincidencias por el nombre de la calle y de edades que tienes simbolismos bíblicos.

 

Ahora sí, veamos el punteo de todas estas historias que les fui relatando:

 

1-      A los 12 años deseo ayudar (sin concretarlo) a un chico que estaba siendo víctima de bullying; al mismo tiempo que deseo convertirme en un gigante.

2-      A los 15 años deseo ayudar a mi compañero que estaba siendo golpeado, pero otro se me adelanta y no pude hacerlo.

3-      A los 24 años gente humilde me ayuda dos veces en el hospital al que concurrí, sin embargo yo deseaba poder ayudarlos, pero me sentí impotente en concretar esa ayuda.

4-      A los 25 años deseo ayudar al taxista que iba a ser golpeado y Dios nuevamente no me permite hacerlo.

5-      A los 48 años deseo ayudar a mi vecino a entrar las baldosas debajo de la lluvia, pero siendo ya tarde para ir a mi trabajo, no puedo hacer efectivo mi deseo.

6-      A los 48 años deseo ayudar a un hombre que iba a ser golpeado y Dios directamente me ordena que no intervenga.

 

Como pueden ver a lo largo de mi vida, cada vez que deseé de corazón ayudar físicamente a alguien, Dios no me lo permitió; como queriéndome decir ahora, que la verdadera ayuda se crea y se genera con “el deseo”.

 

Esto último no quiere decir que a todos les pase lo mismo, sólo lo hizo conmigo para dejarme una enseñanza y poder trasmitirla; que hay que aprender a usar la mente creativa y no la competitiva, la mente subconsciente y no la consciente.

 

Que lo importante no es nuestra fuerza física, sino nuestra fuerza mental, nuestros deseos y el sentimiento con que acompañemos su conformación.

 

¿Aprenderemos?

 

Apocalipsis, 1,3:

 

3- Feliz el que lea estas palabras proféticas y felices quienes las escuchen y hagan caso de este mensaje, porque el tiempo está cerca.

 

A partir de ahora y de aquí en adelante la verdad de la “Palabra” empieza a develarse, el que quiera entender que entienda.

 

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Desde “la playa de las arenas argentadas”, hacia todo el mundo, Walter Daniel Genga.

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